Tribuna publicada en Diario de Burgos, 17.04.25, Jueves Santo, día del Amor Fraterno
Al incorporarse a un nuevo empleo o tarea, uno de los aprendizajes más sutiles es el del lenguaje propio que allí se maneja. Cuando comencé a desempeñar mi función como delegado de Cáritas, tuve que familiarizarme con un vocabulario distinto al que acostumbraba, y una de las palabras que incorporé con más urgencia fue la de «sinhogarismo». Si entonces me costaba pronunciarla, hoy se me sigue atravesando, pero ya no por una dificultad semántica. Cada vez que recurro a ella, me vienen a la mente personas como Desiderio, Roberto, Pilar, Jorge o Neila. Todos ellos, después de que Cáritas los acompañase y apoyase durante un tiempo, habían logrado acceder a una vivienda o a una habitación. Hoy, todos ellos están de nuevo abocados a la calle. O al sinhogarismo, si preferimos decirlo así.
La emergencia de la que nos habla esa palabra, que casi hay que deletrear, no afecta solo a los más excluidos; familias como la de José tampoco consiguen alquilar, porque les piden 450 euros por una habitación, y además añaden la fianza y otros requisitos, como un contrato de trabajo estable. El problema no es solo físico, porque una casa no es un mero espacio habitable, sino la garantía de que existe intimidad, seguridad, salubridad, de que se puede estudiar, descansar o compartir tiempo con la familia. Para las personas más vulnerables, es un punto de partida en el proceso de reinserción. El mismo Jesús, que «no tenía dónde reclinar la cabeza» (Mateo 8, 20), procuró para la celebración de la Última Cena un lugar apropiado, y responsabilizó a algunos para que lo prepararan, mandándoles que preguntasen «¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?» (Lucas 22, 7-13). Fue aquel sitio, que tradicionalmente llamamos «Cenáculo», donde Jesús realizó esa Nueva Alianza entre Dios y su Pueblo.
¿Cuál es la solución a este problema, que agrava todos los demás a los que se enfrentan las personas más vulnerables, si es que no está en el origen de muchos de ellos? La acción de los poderes públicos en todos sus niveles -local y provincial, autonómico, estatal- no parece una alternativa suficiente, porque las escasas ayudas económicas no cubren el incremento de los precios. Además, la escasez de oferta se agrava cuando a los requisitos monetarios se unen otros, o cuando se excluye a personas del mercado inmobiliario por razones que nada tienen que ver con su poder adquisitivo. Las dimensiones de la crisis de la vivienda la convierten en uno de los pocos asuntos en los que no resulta utópico pedir que se abandone la polarización, ya que afecta con especial dureza a los más vulnerables, pero también lastra el futuro de los jóvenes, de quienes quieren emanciparse, de los que buscan un desarrollo profesional fuera de su lugar de origen o de los que desean comenzar un nuevo proyecto de vida. Si se hace valer el derecho a la vivienda, reconocido por la Constitución Española en su artículo 47, con la participación de todos los grupos de interés implicados, quizá consigamos no tener que pronunciar nunca más la palabra sinhogarismo.
Mario Vivanco Esteban
Delegado de Cáritas Burgos
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