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En su mensaje a todos los agentes de Cáritas, Vicente Martín Muñoz, delegado episcopal de Cáritas Española, subraya que «es la hora de una caridad creativa y responsable para decir a los más vulnerables: ¡no os dejaremos!»

Ante la situación que estamos viviendo a causas de ese virus que se ha “instalado” en nuestro mundo, llenándonos de temor y recluyéndonos en nuestras casas, me pregunto ¿cómo vivir este momento?, ¿cómo vivirlo desde la fe?.

Sin esperarlo, nos vemos obligados a vivir una Cuaresma en modo “cuarentena”, y me digo a mi mismo: ¡qué oportunidad para una sincera conversión!

Curiosamente, cuando se nos pide evitar lo exterior para no contagiar ni contagiarnos, es cuando puede ser transformado nuestro interior, nuestro corazón. No cabe duda que algo está cambiando.

También me pregunto qué podemos aprender de todo esto que acontece, porque si es importante saber qué ha pasado y por qué, más aún lo es descubrir qué hemos de hacer y aprender.

Me gustó la reflexión de una psicóloga italiana, Francesca Morelli, en la que manifestaba que, ante ideologías discriminatorias, el virus nos hace sentirnos “discriminados” de alguna manera, sin poder cruzar fronteras aun siendo de raza blanca, occidentales, y con recursos económicos.

En una sociedad basada en la productividad y el consumo, nos vemos forzados a un parón para aprender a vivir de otra manera. En una época en la que la crianza se delega por causas mayores, nos vemos obligados a pasar más tiempo en familia. En un modelo social en el que pensar en uno mismo y en los propios intereses es la “norma”, el coronavirus nos lanza un mensaje claro: la única manera de salir de esta situación es vincularnos, hacer emerger en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a una familia, a una comunidad, a un país, siendo algo más grande que la propia individualidad, de corresponsabilidad, sintiendo que de mis acciones depende la suerte de otros, y que yo dependo de ellos.

Creo, honestamente, que si vivimos esta crisis sanitaria, con repercusiones económicas y sociales, desde criterios realmente humanos, desde responsabilidades compartidas, asumiendo cada uno su misión, como dijo el Presidente de Gobierno, todo esto puede ser un punto de partida para otro modo de vivir, para otro mundo posible, como decimos en Cáritas.

Esta situación nos enfrenta con nuestra propia vulnerabilidad: en cualquier momento podemos dar positivo. Reconocer esta vulnerabilidad, es camino para hacer frente a un “bicho” que amenaza nuestra vida en común, nos aísla y, al mismo tiempo, nos hace ver la gran mentira del individualismo; nos hace caer en la cuenta que nos necesitamos unos a otros, que no tenemos vida si no es compartida, que es imposible ser, si no es con otros; nos avisa, en fin, de la importancia de la común-unión y del bien común.

Lo que inéditamente estamos viviendo, nos muestra que el dolor y el sufrimiento nos une y puede acrecentar en nosotros el amor al prójimo. Precisamente, la dificultad para entrar en contacto físico va a requerir un amor inteligente, creativo y operativo, capaz de nuevas formas de presencia.

San Juan Pablo II nos animaba a echar imaginación a la caridad. Yo percibo en estos momentos ese amor creativo en tantos padres, que inventan tareas y juegos para sus hijos, intentando compaginarlas, además, con el teletrabajo; en tantos profesores, que no interrumpen su labor educadora ni su apoyo a sus alumnos; en tantos profesionales de todos los campos, servidores de lo público (sanitarios, investigadores, camioneros, taxistas, limpiadores…), que cuidan y posibilitan que la vida de este país no se pare por completo; en esos responsables políticos que, con altura de miras, articulan medidas económicas y sociales para no dejar a nadie atrás; en todos aquellos que viven el ayuno y la abstinencia cuaresmal haciendo real el eslogan “quédate en casa”; en tantos voluntarios que, bien a título personal o desde sus organizaciones sociales, sean eclesiales o civiles, siguen estando ahí, con generosidad, en favor de los más débiles de la sociedad; en tantos religiosos y sacerdotes que oran y celebran la eucaristía, acogen y escuchan a sus feligreses alentándoles en la esperanza que viene de Dios.

Es la hora de una caridad creativa y responsable para decir a los más vulnerables: ¡no os dejaremos! Es la hora de testimoniar el evangelio de la misericordia y hacer presente la cercanía de Dios. Es la hora de inventarse nuevas formas de presencia para no estar solamente “conectados”, sino vinculados. Es la hora de agradecer la bondad y generosidad de tantas personas que se arriesgan y entregan, dispuestas a perder, pero amando a sus familias, vecinos, conciudadanos, y a los más pobres. Vaya mi reconocimiento a todas ellas. ¡Es emocionante ver cómo cada noche se abren nuestras ventanas y en el silencio irrumpen los aplausos! Es la hora de sos-tenernos para aliviarnos en nuestras incertidumbres, miedos y tristezas; de alentarnos en la paciencia y la esperanza. Es la hora de tener muy presente a los enfermos y no olvidarnos de los difuntos y sus familiares. Es la hora, en fin, de confiar en Dios, que nunca abandona a sus hijos.

Estoy seguro que, con su ayuda, saldremos adelante cantado de nuevo “Resistiré” y contando con el apoyo de tantos que sacan lo mejor de sí mismos en tiempos víricos. “A los que aman, todo les sirve para el bien”. Mi reconocimiento y admiración a todos vosotros y vosotras.

 

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