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Noticia publicada en Diario de Burgos, 16.01.2021. Texto: Almudena Sanz / Imagen: Jesús J. Matías

La ola de frío y el trabajo de campo de Cáritas aumentan la ocupación de la Unidad de Mínima Exigencia (UME). 6 de las 8 plazas disponibles se utilizan estos días de forma habitual. No hay constancia de que haya ninguna persona durmiendo al raso

Quedan unos minutos para que sean las nueve de la noche. El termómetro ya marca en negativo. Nadie da una calada al último cigarrillo ni comenta la jornada en la entrada del albergue municipal. El frío espanta hasta al más pintado. Esas bajas temperaturas son las que hacen que se escuche más jaleo al otro lado de la puerta de la Unidad de Mínima Exigencia (UME), un espacio puesto en marcha por los Servicios Sociales del Ayuntamiento y Cáritas como último refugio (en todos los sentidos) para las personas sin hogar, que se abrió el pasado 3 de noviembre y cerrará el primer lunes de abril. Allí continúa durmiendo con calor Alfonso, que era su único ocupante en sus primeros compases. Ya no está solo. Esta semana se ocupan de forma habitual seis de sus ocho plazas. Cada noche es una aventura. Porque cada una de las personas que tocan su timbre guarda una historia, unas razones y unos monstruos contra los que luchar. 

José Luis tiene 34 años y es burgalés. La calle no le asusta porque se ha visto en varias etapas de su vida con el cielo como techo. Pero huye de ella. Antes de que la pandemia arramplara con todo, había conseguido una estabilidad. Mantenía su casa y su independencia con dos empleos. El coronavirus truncó esa normalidad laboral y todo cayó. «Me iban muy bien las cosas, tenía mi trabajo, mi dinerillo, hasta que llegó la covid y estoy otra vez en la calle. No queda otra que venir al albergue», relata y apostilla que su enfermedad mental, que tiene controlada, dificulta más su situación. 

Con resignación habla de su experiencia en la UME. «Hay que convivir con otras personas, que tienen otros predicamentos, otras ideas, el respeto a veces falla, pero estoy bien, intento tener el trato justo», comenta y espera que el paso por aquí sea temporal y pronto pueda tener de nuevo su casita. 

Al tiempo que José Luis prepara su cama, llega Ismail. Quirino, uno de los trabajadores que vela por el sueño de todos, le entrega un kit con material de aseo. Esa noche está nervioso y obligará a tirar de mucha mano izquierda. Tenerla forma parte de su labor pedagógica. Abierta 24 horas. 

Mientras, Alfonso mira distraído la televisión. Tiene 68 años y pasa las noches en la UME desde noviembre, con idas y venidas de por medio, que están retrasando la tramitación de una plaza en una residencia. «Espero que llegue pronto. No tengo edad para andar por ahí», repite el mismo deseo que ya pronunció hace dos meses. Nacido en Cáceres, con 11 años se trasladó a Tarragona con sus padres, se ganó la vida de camionero. Terminó mal con sus hermanos y, sin llegar a explicar cómo, llegó a Burgos, donde está empadronado. Tiene miedo al virus porque padece de los bronquios. Ese temor le trajo hace un año de nuevo a orillas del Arlanzón desde Tarragona, pero no le impidió viajar recientemente a Cáceres al funeral de una tía suya. 

En la diversidad de circunstancias que llevan a alguien a terminar en la calle hace hincapié el coordinador del programa de Personas Sin Hogar de Cáritas Diocesana, David Polo. Huye de generalizaciones, pero sí enumera algunos rasgos habituales. «Sí se caracterizan por la anomia, que es la falta de normas; cierta apatía, desinterés por culpa de todo lo que llevan en la mochila, que es muy pesada, con muchas problemáticas; baja tolerancia a la frustración porque, lógicamente, caminan con un pie muy inestable, con falta de red social, ausencia o pérdida de habilidades personales…», describe y añade que en este tiempo de pandemia se suma el desgaste psicoemocional, que, si ya está dejando tocada a toda la sociedad, a estas personas más. 

Unas personas que, detalla Polo, viven en una grave situación de exclusión social, a las que no se les pide ningún compromiso más allá del respeto propio y al resto de usuarios, a diferencia de lo que ocurre en el albergue municipal, donde sí se les exige una implicación para intentar salir de esa realidad. 

«Aunque la UME es un recurso asistencial, en Cáritas nunca nos rendimos y siempre dejamos las puertas abiertas de estos despachos para que puedan promocionar en sus vidas. ¿Cómo puede hacerlo una persona muy rota, muy rota? Con cositas muy básicas como acudir al médico de Atención Primaria y mejorar su salud; minimizar consumos, no hablamos de erradicar; apoyar su estabilidad psicoemocional con la existencia de este espacio de referencia, aunque sea muy asistencial…», resuelve el educador social. «Tratamos de que sea una unidad que dé respuesta a los indomables de la ciudad y hacerlo de una manera muy libre, en ese aspecto es bonita», concluye y asegura con satisfacción que en los últimos tres años la mayoría de la gente «sale de este servicio con una salida, estabilizada más o menos, por lo menos un tiempo; hay otras que no, que no quieren o que están unos meses y luego vuelven a la calle». 

¿Alguien al raso? El temporal de frío vira estos días las miradas más que nunca hacia las personas sin hogar. La noticia de las muertes en Barcelona y Valencia y las frágiles casas de cartón en medio de la nieve en Madrid aumentan esa zozobra. En Burgos, anota Polo, no tienen constancia ahora mismo de que haya nadie durmiendo a la intemperie. Sí reconoce que han estado preocupados por una persona mayor que vive en un coche, pese a tener medios económicos para irse a un lugar habitable, y otra mujer a la que han invitado a entrar en la UME «pero no hemos conseguido ser lo suficientemente atractivos», aunque saben que sí ha aceptado la ayuda del Ayuntamiento. 

«Puede ser que haya más, no en situación de debajo del puente, que eso ahora, con el toque de queda, es fácil de localizar, pero sí en locales abandonados, zulos, lugares ruinosos…», agrega y observa que, suspendido el programa Calor y Café por la pandemia, valoraron hacer un rastreo, pero finalmente lo han desechado por su estrecha colaboración con el equipo de Atención a la Diversidad de la Policía Local. 

Pronto serán las diez de la noche. Toque de queda. Marcos, Ismail, José Luis, Alfonso… pasarán la noche calientes en esta estancia de techos altos y los justos metros cuadrados. El despertador sonará a las ocho, aunque muchos aguantarán hasta las nueve para acercarse a la Casa de Acogida San Vicente de Paúl, donde durante el día hacen frente a los termómetros bajo cero. 

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