gtag('config', 'AW-594699890');

Noticia publicada en Diario de Burgos Texto: Angélica González / Fotografía: Patricia

El año pasado los burgaleses entregaron 2,5 millones de prendas, que la entidad gestiona en una empresa que da trabajo a personas vulnerables y fomenta un consumo sostenible

 

Lo que hasta hace unos años era un fuerte estigma social -utilizar ropa de segunda mano- es ahora una tendencia cada vez más arraigada, sobre todo en la gente joven que, a través de aplicaciones de móvil, venden cosas que ya no utilizan y compran otras, sin importarle que las haya utilizado otra persona. Esta realidad sumada al hecho de que la denominada fast fashion o ‘moda rápida’ ofrece cantidades industriales de vestidos, camisas o zapatos pero de una calidad más que dudosa, ha cambiado el paradigma con el que trabajaba Cáritas desde hace una década en su empresa de inserción social dedicada a la reutilización de ropa. Raquel Saiz, gerente de Embico (Empresa para el Bien Social) que es el nombre comercial que aglutina no solo a este área textil -denominada desde hace unos meses Moda RE- sino a la hostelería y a la limpieza, cifra en un 50% el descenso del volumen de las prendas que se pueden reutilizar para sus fines sociales.

Según explica, hace unos años, cuando se empezó con esta actividad, de toda la ropa que llegaba se usaba alrededor de un 14%, tanto para revenderla (después de tratarla e higienizarla) a precios asequibles en las diferentes tiendas que tiene la entidad en Burgos capital y en la provincia, como para cubrir las necesidades de todas las personas a las que atienden en sus diferentes programas. Ahora ese porcentaje está en el 7%: «Tenemos que seleccionar mucho más para sacar esa misma cantidad y es que la ropa, en general, es de peor calidad y todo lo que tiene que ver con la fast fashion, la moda rápida, se produce en peores condiciones aunque accedemos a ella con mucha más facilidad porque es muy barata pero la descartamos antes porque se estropea antes. Si las camisetas están desgastadas, los jerséis tienen bolas y los abrigos están rozados no nos va a servir como ropa recuperada porque la gente, lógicamente, no lo va a querer y, desde luego, Cáritas no se la va a ofrecer a sus usuarios».

Aún así, el volumen con el que se trabaja es amplísimo. El año pasado, recibió la institución de la Iglesia Católica alrededor de 2,4 millones de prendas en las 800 toneladas que los burgaleses depositaron en los 94 contenedores que tiene en toda la provincia (33 de ellos en Burgos capital). Decimos prendas pero también son zapatos, bolsos, bisutería, vestidos de novia, abrigos de pieles y hasta ropa de marcas de lujo. «Estamos muy agradecidos a la población por colaborar de esta manera y les pedimos que sigan haciéndolo porque nada de esto se desperdicia. Si no se reutiliza para las tiendas o para nuestros usuarios, se envía a plantas que Cáritas tiene en otras provincias y lo que no se puede reutilizar como prenda se transforma en trapos industriales e incluso con las fibras se está trabajando ya para darles otra vida», añadió la gerente. 

Semejantes toneladas dan, además, para cosas que quizás son más pequeñas en volumen pero no en valor. Así, una pequeña parte va a la colaboración que Cáritas tiene con la Escuela de Arte y Superior de Diseño para los proyectos que desde allí se plantean; otra, se utiliza en el taller de costura que realiza el voluntariado en el centro penitenciario. Si aparecen gafas graduadas se envían a la Óptica San Juan que las hace llegar a una organización no gubernamental que trabaja con países empobrecidos; los bolígrafos tienen como destino una ONG de Miranda, que los desmonta y da a su material diferentes usos y los móviles, a un proyecto de reciclaje de Amnistía Internacional.

El resumen de su trabajo que hacen las técnicas Raquel López, Rosi Vicente y Ruth Becerril no puede ser más simple: «Aquí no se desperdicia nada», coinciden las tres en la nave que ocupa la empresa de inserción en el polígono industrial de Villalonquéjar que, a decir de la gerente, se les quedó pequeña prácticamente cuando empezaron. Así que por falta de espacio y de personal frente a esos dos millones y medio de prendas que llegan anualmente, el 80% de lo que se recibe se envía a plantas de mayores dimensiones que la entidad católica tiene en Vizcaya, Barcelona y Valencia donde la ropa sigue procesos similares: lo que sirve se aprovecha para vender o donar a los usuarios y lo que no, como trapos o fibras para distintos usos. El 20% restante es el que se trabaja en Burgos.

Se ocupa de ello una plantilla de alrededor de 40 personas, la mayoría de las cuales son mujeres en situaciones sociales vulnerables. Se trata de receptoras de rentas básicas o que por diferentes razones acusan una importante falta de competencias laborales. Durante el tiempo que se desempeñan en esta labor -que por ley no puede superar los tres años- a las trabajadoras se les asesora en el proceso sociolaboral propio de las empresas de inserción social, que incluye acompañamiento y formación.

Share This