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Todos los jueves a las cinco, los salones parroquiales de Espinosa de los Monteros se convierten en el espacio en el que una docena de mayores ahuyentan la soledad de la mano del voluntariado de Cáritas

Reportaje publicado en Dario de Burgos (Texto: Angélica González / Fotografía: Jesús Javier Matías)

«Pintoooooor que pintas con amooooooor, por quéeeeeeeee desprecias su colooooooor si sabes que en el cieeelooo también los quiere Diooooos». Las señoras que ocupan el salón parroquial de Espinosa de los Monteros están tan concentradas en la manualidad que toca -la realización de unos ángeles con purpurina para los árboles de Navidad- que una se arranca por Antonio Machín y las demás la siguen espontáneamente, sin dudar y con la firmeza de un coro bien engrasado. Son alrededor de las seis y cuarto de la tarde y es noche cerrada ya en esa localidad del norte. Huele maravillosamente a café, corren los platos llenos de bizcochos y pastas y las conversaciones y los cantos se mezclan en un guirigay que suena a fiesta. Lo que está pasando en ese momento y en ese lugar es la antítesis de la soledad. Es  también el resultado del Programa de Mayores que Cáritas desarrolla desde hace un par de años para enfrentar el hecho cierto de que los pueblos de Burgos envejecen a toda velocidad y sus habitantes cada vez se encuentran más aislados.

Es difícil identificar a primera vista quiénes conforman el voluntariado y quienes son los participantes porque ambos grupos están estrechamente unidos y porque entre quienes vienen a echar una mano hay mujeres como Sole López, que dice que ya ha cumplido 81 años pero que tiene el cuerpo, la cara, la energía y el ánimo de alguien veinte años más joven. ¿Su secreto? Trabajar mucho y salir airosa de unos cuantos reveses -de los gordos- que le ha dado la vida. «Es una mujer muy trabajadora y muy atenta con los ancianos pero siempre en la sombra», cuenta Eva  Rodríguez, trabajadora social de Cáritas en Merindades; «yo acompaño y me acompañan», dirá ella un poco más tarde.

Sole se ocupa de que todo el mundo tenga el material para empezar a trabajar, pregunta a unas y otras por su salud, acomoda una silla de ruedas… Junto a ella se desenvuelven con soltura Vitori Herreros, de 70 y también voluntaria, y el matrimonio compuesto por Asun Gómez y José Francisco Tielve, a quien todas las mujeres adoran porque también está pendiente del más mínimo detalle: «Venir aquí y ver que solo el hecho de escucharles es tan importante para ellos, es un regalo para nosotros», afirma este hombre, un jubilado activísimo pues también entrena a un equipo de voleibol.

Ese jueves tocaron manualidades pero el grupo no para: hace excursiones, se disfraza en carnaval, acude al precioso proyecto que la científica Bárbara Aymerich tiene en la localidad, juega a las cartas, hace cerámica, charla… y en este mes de noviembre ensaya villancicos, pues en unas semanas participará en un certamen con una pieza que tiene el tono de una danza pasiega. «Y nos queremos ir a Benidorm, ¿verdad?», añade la voluntaria Amaya Montoya dirigiéndose a las señoras. Es una broma interna que tiene su origen en las tardes de bingo. «Tú ponlo en el periódico, a ver si alguien nos ayuda y nos da perras para viajar», se ríe María Ángeles, una de las participantes.

Cosas de mujeres. De la docena de mayores que participan esa tarde en el taller de confección de ángeles la mayoría son mujeres. «Los hombres no se animan. Son más…», a Conchi González, de 90 años, no le sale el adjetivo y remata: «Tienen vergüenza o les gusta más ir al bar, en buena hora hicieron estos salones». Lo confirman tanto la trabajadora social como Ana Sánchez, presidenta del equipo parroquial de Cáritas en Espinosa de los Monteros, y Laura Díez de la Fuente, coordinadora del programa en la provincia: «Las mujeres son mucho más participativas, e históricamente no han tenido el acceso tan fácil como ellos a lugares de socialización como los bares, ellas estaban más limitadas a sus casas».

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