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En los próximos meses irán apareciendo en la prensa local una serie de artículos que den a conocer el reciente informe FOESSA para que sea conocido y asumido por nuestra sociedad. A continuación trascribimos el primero de ellos.

En la introducción al reciente VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España, el presidente de la Fundación FOESSA se refiere a esta exhaustiva investigación desde «la mirada de las personas perdedoras». La crisis económica más prolongada y profunda de las últimas décadas parece haber sacudido, al menos en nuestro país, los cimientos de la sociedad, haciendo tambalearse «todo lo que era sólido», en palabras del escritor Antonio Muñoz Molina. Y, sin embargo, aunque se ha prestado una gran atención a la supuesta desaparición, o precarización de la clase media, los perdedores de esta y de todas las crisis no han recibido tanta atención. Si lo sólido se tambalea, lo que ya era frágil se resquebraja: aquellos que vivían en el filo de la navaja lo siguen haciendo, pero en peores condiciones. Como no se han recuperado las condiciones socioeconómicas previas a la gran crisis de 2007, los más perjudicados han sido los que están más abajo, pero su situación ha desaparecido de la conversación pública.

Para presentar este VIII Informe, la Fundación FOESSA recurre a una dicotomía entre la realidad que es y la realidad que vemos. La realidad que vemos es que hay más empleo, que el crecimiento económico, aunque moderado, se sigue produciendo y que el pánico a una intervención desde Europa hace tiempo que se ha desvanecido. Una vez olvidados los indicadores que antes nos preocupaban –la tasa de paro, la prima de riesgo o la solvencia del sistema financiero-, estamos tan aturdidos por la sucesión acelerada de ciclos electorales y de tensiones territoriales que hemos perdido el contacto con la realidad que es. Y, sin embargo, cuando se emprende un análisis riguroso, profundo y amplio de las condiciones de vida en nuestro país, esa realidad se empeña en mostrarse de nuevo ante nuestros ojos. La salida de la crisis no ha sido gratuita. Un somero balance de los daños nos indica que se han perdido derechos laborales, que el poder adquisitivo de las clases trabajadoras ha disminuido y que el Estado del Bienestar ha adelgazado por donde no debía. A todo ello se suma un impacto aún más preocupante, porque sus consecuencias son de las que el dinero no arregla, y que el citado informe condensa en una expresión que debería gozar de tanto éxito, al menos, como la de “la España vacía”: la “sociedad desvinculada”. Con datos concretos, se muestra cómo nos preocupamos cada vez menos por la suerte que puedan correr nuestros conciudadanos, centrados en la supervivencia propia o, como mucho, de los más allegados. En lugar de exigir de los políticos y agentes económicos soluciones para todos, tendemos cada vez más al particularismo o, dicho en otras palabras, hemos convertido el “qué hay de lo mío” en el único horizonte político. La gran desvinculación afecta a la sociedad en su conjunto, desde los hogares y los barrios hasta las comunidades autónomas, desde el individuo y su entorno hasta la solidaridad entre los países. Los sentimientos de pertenencia se debilitan, y cada vez nos sentimos más aislados; cuando, inevitablemente, llegue otra crisis, las redes de apoyo estarán tan resentidas que no podrán actuar como muros de contención. Si antes los perdedores tenían hacia dónde mirar (la familia, las comunidades, el Estado), sus ojos se vuelven ahora hacia el vacío.

Hasta aquí el análisis. Porque, a diferencia de otros estudios sociológicos, el Informe FOESSA también propone soluciones: las rentas mínimas de inserción, la economía alternativa, los programas garantizados de empleo o el enfoque desde los derechos son algunas pistas que, si se vuelven a colocar en el centro de la discusión pública y política, pueden revertir esa gran desvinculación, logrando que a la mirada de los más necesitados responda la sociedad con los ojos bien abiertos.

Diego Pereda Sancho

Responsable de Formación en Cáritas Burgos

 

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